martes, 2 de junio de 2009

El docente y el desarrollo del pensamiento crítico del estudiante: desencadenantes de la motivación en el proceso de aprendizaje

Por María de Lourdes González
La lectura hace al hombre completo, la conversación ágil y el escribir preciso.
Sir Francis Bacon

Resumen.
Ninguna fórmula de enseñanza será eficaz mientras que el docente no profundice en el área de conocimiento que enseña y se documente para adquirir una cultura más amplia que le permita comunicarse de manera eficiente con los estudiantes; además de desarrollar para sí un pensamiento crítico, analítico y reflexivo. El magisterio de México, requiere reconsiderar entonces, que es de vital importancia construirse como sujetos lectores porque la lectura y la escritura, son dos habilidades complejas e imprescindibles para el desarrollo de las habilidades lógicas del pensamiento; cabe señalar que el entusiasmo del docente por enseñar y las buenas prácticas de instrucción, sirven para contrarrestar la apatía de los estudiantes motivándolos para aprender; y recordar que los adultos que leen, se construyeron desde la niñez.
Introducción.
El pensamiento crítico es una habilidad que se desarrolla mediante el ejercicio continuo de una mente analítica y abierta a la información. Sin embargo, requiere dos habilidades en apariencia simples: la lectura y la escritura. El problema actual de la enseñanza en México, ha sido la falta de interés por enseñar a los niños a leer bien; obteniéndose como resultado jóvenes con problemas de aprendizaje. La lectura y la escritura, son habilidades requeridas para activar una mente crítica y debido a que la influencia del docente es decisiva en la motivación de los estudiantes por aprender, además de ser quien dirige el aprendizaje, debe ser el primero en desarrollar las competencias que pretende ejercitar en sus alumnos. La misión de la escuela no es la simple transmisión de información, es formadora de personas que piensen por sí mismas y es aquí que la competencia profesional del docente es estratégica en el proceso. Ninguna teoría pedagógica será eficaz si el docente no profundiza en el área del conocimiento que enseña y se instruye para adquirir una cultura que le permita contextualizar el conocimiento y así, tomar decisiones correctas dentro del aula.
El magisterio en México, requiere por lo tanto, recapacitar acerca de la importancia que tiene construirse como sujetos lectores, ya que los adultos que leen hoy, se construyeron desde la niñez; porque la lectura y la escritura son los cimientos sobre los que se desarrollan las habilidades lógicas del pensamiento.
A) El docente como profesional competente.
Las prácticas educativas tradicionales de formación de futuros docentes, ya no contribuyen a que éstos adquieran todas las capacidades necesarias para enseñar a sus estudiantes y poderles ayudar a desarrollar las competencias imprescindibles para sobrevivir económicamente en el mercado laboral actual (UNESCO, 2008); sin embargo, ninguna novedosa fórmula de enseñanza será eficaz mientras que el docente no profundice en el área de conocimiento que enseña y se documente para adquirir una cultura más amplia que le permita comunicarse eficazmente con los estudiantes; en otras palabras, necesita reconstruir su formación académica y profesional.
No cabe ya, negar que los docentes no tienen injerencia en la motivación de los estudiantes por aprender, ya que está comprobado que su influencia incide en un 100 % en este proceso. De ahí la insistencia en la actualización académica y profesional de los educadores.
Con estas palabras, Espíndola (1996) describe la situación de la educación en nuestro país; “la mayoría de los alumnos son incapaces de escribir de manera coherente y clara un ensayo, la redacción es inconsistente y pobremente integrada, son apáticos y no han logrado autonomía intelectual ni personal”; por lo que aludiendo a la responsabilidad que se tiene con las nuevas generaciones, es necesario examinar las competencias del profesorado para enseñar eso que los estudiantes no logran aprender y así, “entrar en la dinámica de cambio de los principios de intervención educativa que inspiran la práctica docente y comenzar con otras dinámicas desde la formación inicial del profesorado” (Rodríguez, 2003); entendiendo, que un profesional de la enseñanza, nunca termina de aprender y ha de desarrollar las habilidades que le permitan ejercer su profesión de una manera eficiente; sin olvidar que con el desarrollo científico y tecnológico, aquello que se aprendió en el aula, se vuelve obsoleto con el tiempo.
Una habilidad primordial en el ejercicio de la profesión docente es la expresión oral; decía Marco Tulio Cicerón (106 AC - 43 AC), que la elocuencia es una pintura del pensamiento y por esto, los que después de haber pintado añaden algo más, hacen un cuadro en lugar de un retrato. En el aula, la elocuencia del docente denota no sólo su competencia lingüística, sino la coherencia de sus ideas y su habilidad para convertir en palabras el conocimiento que se espera se transfigure en aprendizaje y no quede en una maraña de voces sin sentido; en un retrato de lo que quisieron exponer.
“El desarrollo del pensamiento crítico en el docente, juega un papel importante en el proceso de aprendizaje de los estudiantes, puesto que es el diseñador de actividades de un público con distintos intereses y habilidades” (Facione, 2007). Ante esta posición, la probabilidad de lograr estudiantes analíticos, seguros de sus capacidades y motivados para aprender, es mayor si sus mentores son personas que apoyan su conducta y quehacer, en las actitudes del pensamiento crítico.
Si bien, la “escuela y educadores controlamos un universo limitado del saber y dominamos solamente una parte de los registros del conocimiento” (Noro, 2007), el desarrollo de la competencia de pensamiento crítico, haría más efectiva la transmisión de ese pequeño acervo cultural que el profesor controla, ya que en el aula se presentan algunas situaciones que demandan del docente una actitud crítica que le permita emitir juicios justos y acertados.
Siendo uno de los objetivos de la escuela, formar personas con mente analítica y reflexiva, es necesario cambiar algunos hábitos que perjudican este proceso; la lectura está entre esos cambios prioritarios que frenan el desarrollo de todas las habilidades que dependen de ella, ya que es la fuente que provee al pensamiento de información.
Un estudio realizado por la Universidad Católica Argentina, acerca de las preferencias de lectura de los docentes, en países como Argentina, Brasil, Perú y Uruguay, pone en evidencia que las experiencias de lectura de éstos son limitadas; no suelen comprar libros, escasamente aprovechan las bibliotecas y mayoritariamente nunca leen literatura de ficción (Ferreyro & Stramiello, 2008); la situación en México; según un estudio realizado por la UNAM: también reportó que dentro de los hábitos de lectura de los mexicanos; el 39,9 % de las personas mayores de 15 años no leyeron ningún libro durante un año (El Universal, julio 25, 2009).
Según Ferreyro y Stramiello (2008), el consumo de bienes culturales y las prácticas de lectura habituales de una sociedad, se relacionan generalmente con el nivel cultural y educativo de la misma. La ausencia de variadas razones y motivaciones para leer y la presencia de sujetos que manifiestan una débil tendencia hacia la lectura constituyen síntomas de un déficit cultural y educativo.
De modo que, el freno de la institución educativa en México, ha sido desde este contexto, el descuido del hábito lector de educadores y estudiantes. Así pues, la sociedad mexicana y sobre todo la escuela, requieren reconsiderar, que ante el advenimiento de la era de la información en exceso, es de vital importancia reconocer que el desarrollo del pensamiento crítico está estrechamente ligado a los hábitos de lectura y escritura.
“El magisterio dentro de sus normas requiere entonces constituir a la lectura como un hábito cultural que se encuentre presente en la jerarquía de valores, en las prácticas sociales y en la vida de los docentes, es decir, construir/se como sujetos lectores dependerá de las políticas públicas, de la institución educativa y de la valoración personal del profesorado hacia la lectura” (Ferreyro & Stramiello, 2008).
Este panorama describe la urgencia de llevar a la práctica actividades de lectura, que desarrollen actitudes reflexivas y analíticas en los estudiantes, orientadas a la formación de personas con una cultura que les permita el desarrollo del pensamiento crítico y les motive a aprender de forma autónoma, durante toda la vida.
B) Los estudiantes ¿analfabetos por desuso?
A las personas que aprendieron a leer pero leen muy poco, Yolanda Argudín (2003) les llama analfabetos por desuso; y es un problema que afecta no sólo a los alumnos, en todos los niveles educativos, sino también algunos docentes no han desarrollado el hábito de la lectura, como competencia indispensable para el desempeño de su actividad profesional. Si la lectura a través del signo gráfico “multiplica enormemente el poder específico de expresión, modifica las particularidades del pensamiento e influye sobre la personalidad” (Argudín, 2003, cit. Braslavsky, 1962), ¿cómo pretenden los docentes hacer de los estudiantes personas críticas, si ellos mismos no se han preocupado por incrementar su acervo cultural y están sumidos en la ignorancia porque no tienen el hábito de leer?
Desde esta perspectiva, resulta irreal pretender que un muchacho resuelva un problema, si no ha desarrollado las habilidades necesarias para analizar lo que lee. Es falso creer que basta con que el docente domine la asignatura que enseña para que el alumno aprenda; el lenguaje en su acepción oral como escrito, es básico para avanzar en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Un análisis descriptivo y comparativo realizado por Christian Miranda (2003) en la Universidad Austral de Chile, cuya finalidad fue medir las competencias profesionales de los docentes en aspectos del pensamiento crítico como la comunicación, el análisis y la indagación, puso en evidencia que los docentes de educación básica, resolvían problemas pedagógicos en un nivel medio alto, utilizando el discurso; sin embargo, las tareas que involucraron el pensamiento crítico para resolver problemas de forma científica, reportó un nivel medio bajo; además de evidenciar que la formación docente incorpora una base de conocimiento empírico, descontextualizado que conduce a enseñar a no pensar.
La lectura, la escritura y el pensamiento crítico están eslabonados para aprender a pensar; de modo tal que la actividad docente es una profesión de renovación continua porque es formadora de individuos.
Vincent Martins (s.f.) señala que las habilidades lógicas del pensamiento, están sostenidas en las habilidades de lectura y escritura por ser más complejas. Siendo así, la educación de los niños, tiene que centrarse en enseñarlos a pensar por sí mismos, permitiéndoles expresar sus opiniones e ideas sobre asuntos que estén a la altura de su desarrollo cognitivo, ya que está probado que las buenas prácticas educativas favorecen la memoria a largo plazo y por tanto favorecen el aprendizaje.
Según Howard Gardner (s.f.), para el aprendizaje de cualquier disciplina se requiere de una verdadera comprensión disciplinaria, que se materialice cuando un estudiante sea capaz de concebir e interpretar de otras maneras, hechos y fenómenos; cuando desarrolle el talento para extrapolarlo a conocimientos sobre los que no tiene formación alguna; porque eso indica que ya hizo suyo el conocimiento y es capaz de reconocerlo en otros contextos.
Asimilar bien el contenido de una asignatura, debe ser verdaderamente la última finalidad de la escuela. “En un lenguaje común, enseñar para la vida es enseñar a aprender a aprender” (Martins, s.f.).
De esto se deduce que la iniciación el desarrollo del pensamiento crítico es un proceso que inicia desde la infancia a través de la lecto-escritura y continúa desarrollándose en el transcurso de la vida, con el consiguiente desarrollo cognitivo de las personas.
Una enseñanza enfocada en la lectura, dentro del marco del pensamiento crítico, tiene mayores posibilidades de obtener personas motivadas para aprender y aunque no hay medicamentos, ni recetas para lograrlo, las investigaciones han demostrado que las buenas prácticas de enseñanza, pueden inducir a los estudiantes a cambiar sus actitudes frente al estudio de cualquier asignatura.
El conocimiento de los contenidos por parte del profesor incide positivamente en un 100% en los resultados de los alumnos según un estudio realizado por Fuller y Clarke (1994) y por esa razón es importante que el docente esté en constante formación académica, renovando su práctica para enseñar, ya que si un estudiante es capaz de autoevaluar sus logros se motiva.
Las estrategias generales para mantener la motivación de los estudiantes radica en mantener para los estudiantes expectativas altas, pero que sean alcanzables por ellos; apoyarlos para que alcancen metas establecidas, fomentar la crítica de su propio trabajo y al mismo tiempo fortalezas y debilidades de de los mismos; fortalecer la auto-motivación a través de mensajes propositivos y evitar reforzar el poder del docente como instructor; evitar la competencia entre los estudiantes porque es causa de estrés; sin omitir que el entusiasmo del docente por enseñar es un factor importante en la motivación del alumnado (Gross, 1999, cit. Cashin, 1979; Forsyth y McMillan, 1991).
Los estudiantes tienen la tendencia de buscar la aprobación de los profesores de su preferencia y esa es una ventaja que se podría aprovechar para inducir a los estudiantes a desarrollar habilidades que quizá no sabe que posee.
Cada estudiante es una persona con individualidad que precisa ser potenciada. Los docentes han de ser diestros en el uso de metodologías y estrategias que faciliten descubrir los talentos ocultos en los discentes y crear oportunidades desde fuera para incentivar los procesos internos de motivación hacia el aprendizaje y el crecimiento personal. (Ibáñez, 2008).
Bajo estos lineamientos, la motivación del estudiante radica en la seguridad de saber que el profesor es experto en lo que enseña y que realmente aprendió, porque es capaz de contextualizar el conocimiento en la práctica cotidiana.
Conclusión
La lectura crítica se puede comparar como las costumbres y la alimentación de los pueblos, son hábitos que se aprenden en la niñez y que muy difícilmente podrán erradicarse de una persona cuando se han practicado durante el transcurso de su vida. Los adultos críticos se formaron desde la infancia a través de la lectura como herramienta, de ahí la importancia de enseñar a los niños a leer bien. La comprensión del mundo está influenciada por el interés y la curiosidad, pero se requiere de alguien que induzca esa intención y ese papel le corresponde a la escuela.
Algunos docentes alegan no tener responsabilidad en la motivación estudiantil, debido a que éstos, ya saben a qué se va a la escuela; pero está comprobado que la cultura general del profesor y el dominio del tema que enseña incide en un 100% en la motivación del alumnado.
Dada la situación en la que se encuentra la educación en nuestro país, se hace necesario un cambio de actitud del profesorado; el magisterio es una actividad que conlleva mucha responsabilidad y no tienen cabida los errores, porque siempre se regresa a lo primero que se aprende; así funciona la mente.

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